Los herederos de la tierra by Ildefonso Falcones de Sierra

Los herederos de la tierra by Ildefonso Falcones de Sierra

autor:Ildefonso Falcones de Sierra [Falcones de Sierra, Ildefonso]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-02-01T05:00:00+00:00


20

El 29 de noviembre de 1412, cinco meses después de haber sido nombrado rey por los compromisarios reunidos en Caspe y haber jurado ante las Cortes de Aragón, Fernando I entraba con todo boato en Barcelona. Como era costumbre, permaneció un par de días en el monasterio de Valldonzella, los suficientes para que la ciudad terminara los preparativos de su recepción. Una magnífica tribuna tapizada de raso, con dosel y cortinajes, se erigió en la plaza del convento de Framenors, junto a la playa y cerca de las atarazanas, y desde allí presenciaría el nuevo rey los juegos y las fiestas en su honor. Pero antes de llegar a esa tribuna la comitiva, que discurría por calles de edificios engalanados y suelos cubiertos de juncos y anea, discurrió por delante de otra: la levantada frente al hospital de la Santa Cruz, donde los locos internados en él, todos disfrazados de soldados con mayor o menor acierto, se movían sobre ella.

Mezclado entre la gente, con Barcha y Caterina a su lado, esperando el paso del rey, Hugo contempló a aquellas dos docenas de hombres y mujeres desahuciados. Iban armados con espadas y lanzas, algunas auténticas, otras simples imitaciones hechas de madera o de caña, con las que amenazaban a la muchedumbre emplazada en la calle mientras el personal del hospital pugnaba por que no descendiesen del entarimado para hacer reales sus peleas o para que mantuviesen sobre la cabeza los yelmos viejos y oxidados que les habían puesto y que también lanzaban a un público que, aburrido por la espera, se divertía chillando y hostigando a tan peculiar ejército.

El escándalo era tal que la gente repartida a lo largo de la calle se arremolinó frente a la tarima de los locos; algunos de estos respondían a sus chanzas o insultos con violencia; otros se escondían, sentados o hechos un ovillo en el suelo; muchos se tapaban las orejas con las manos, y mientras un par se mecía al ritmo de unos sones que solo ellos podían oír… o imaginar, otro grupo deambulaba sobre el entarimado, unos tan serios como dignos, los más riéndose del gentío. Hugo había tratado con locos como aquellos en su época de botellero en el hospital, luego de que los trasladasen allí procedentes de los demás hospitales de la ciudad clausurados tras la entrada en funcionamiento del de la Santa Cruz. Quizá hasta conociera a alguno. Eran inofensivos. No eran malas personas. Eso pensaba cuando las trompetas y los timbales anunciaron que el rey acababa de cruzar la puerta de Sant Antoni. Mientras la gente se peleaba por recuperar su puesto en la calle, y los del hospital por levantar a los locos que estaban en el suelo, detener a los que se paseaban de aquí para allá y acallar a los que gritaban para ponerlos a todos en formación, llegó Fernando I, a caballo, magnífico, soberbio, con el sol destellando en su cota, el manto y el jubón de tela de oro, todo forrado en armiño, que se había hecho confeccionar expresamente para su entrada en la Ciudad Condal.



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